Hasta la estación de bombeo solo puede llegarse por caminos de tierra. Desde allí, casi a orillas del río que ahora está totalmente seco, Graciela Rondón se asegura de que a más de 300 familias les llegue el agua –al menos– una vez por semana.
En la zona todos conocen a Graciela porque, antes de ser pocera, fue peluquera y delegada de la Circunscripción 76, en el barrio de Nima Nima, una de las que componen el Consejo Popular Juan González del municipio santiaguero de Guamá.
En 2016, en medio de una de las sequías más extremas que vivió el país en el último siglo, el viejo pozo que abastecía a la gente del lugar se salinizó. La orientación de Recursos Hidráulicos, recuerda, había sido ponerlo en reposo y bombear en días alternos para no agotar el caudal ya resentido por la falta de lluvias; pero las instrucciones no se siguieron.
Como resultado, por un año la gente de Juan González solo recibió agua mediante camiones cisternas. Graciela recuerda perfectamente esa época: la escasez, las filas de gente con tanques y cubos en las manos, vecinos disgustados, peleas por el agua, machetes desenvainados.
Por eso, y porque el pozo no daba síntomas de recuperación, Graciela movió cielo y tierra en el Gobierno Municipal y en la dirección de Aguas de Santiago hasta que, finalmente, consiguió que una de sus brigadas perforara un nuevo pozo alejado de la costa, sin riesgo de salinizarse. Cuando estuvo listo en 2017, ella misma se hizo cargo de atenderlo.
Se lo propusieron en Recursos Hidráulicos y Graciela aceptó el puesto. Graduada como Técnico en Belleza, ella no sabía casi nada de hidráulica, pero entendía bien las consecuencias de la falta de agua.
Desde entonces, los funcionarios de Aguas de Santiago la visitan con regularidad para controlar el pozo y ayudarla con las dudas.
Adaptarse no fue simple y en ese proceso también cambiaron algunas cosas de su aspecto, como las uñas de acrílico, que no eran funcionales para las válvulas y las mangueras. Pero dos años más tarde, habla con soltura del caudal, las conexiones, las presiones, los tiempos y volúmenes de bombeo, y de las mediciones periódicas que realiza el Departamento de Pitometría.
Tres veces por semana, por doce horas, Graciela enciende el motor. Los lunes el agua llega a Nima Nima, los miércoles al Barrio Tienda y los viernes a Barco Hundido y Pueblo Mocho. Ayudada por su hermano, cambia la gruesa manguera del pozo y la emboca en la tubería que abastece a cada uno de esos circuitos.
Cuando no pone a funcionar el motor, Graciela se despierta –como cada día– a las seis de la mañana y se va a la estación. Lo que podría ser una simple caseta de concreto en medio de la nada ella lo ha convertido en espacio propio. Barre meticulosamente las hojas secas, riega los helechos y flores que ha sembrado en el pequeño jardín, baldea la acera. Allá disfruta de un silencio que nunca tuvo en la peluquería. El próximo paso será sembrar un rosal, dice. “Rosas grandes, de injerto, que son las que más me gustan”.