Adela Pantoja quería ser enfermera. Pero cuando terminó la secundaria en la Isla de la Juventud, en los años ochenta, tuvo que virar para La Loma, donde nació, a unos 20 kilómetros de Madrugón, en Santiago de Cuba. Regresó a cuidar de sus padres viejos y enfermos. A trabajar el campo. Empezó en el café a los 19. Parió a los 20. Con 30 años y 2 hijos conoció a Mayito, que tenía un divorcio y 42 años. Se juntaron y fue a vivir con él. A trabajar el campo.
Desde entonces, todos los días de Adela se parecen. Despierta a las 5:00 a.m., hace el desayuno y luego sale a la finca. A las 11 suelta la azada y se va a hacer almuerzo. Cuela café, limpia el jardín, barre, les echa agua a los animales. A las 3:30 p.m. regresa al campo hasta que anochece. Su único tiempo libre es en la noche, para sentarse un rato frente al televisor.
Intento hablar con ella para que me explique cómo se cultiva la tierra en uno de los territorios más secos de Cuba, pero es Mayito quien relata, quien corrige las fechas y quien termina por dominar la conversación.
Él dice que a la sequía de hace tres años, que terminó por matarles casi todos los ovejos y reses, sobrevivieron gracias al pozo. Ese es el corazón de la finca de siete hectáreas, el que permite cosechar tonelada y media de frijoles al año, o cortar en una tarde 60 racimos de plátano para enviar a los mercados de Santiago de Cuba.
Poco más de tres meses tardaron en construirlo. Noventa y siete días para abrir un agujero de 17 metros de profundidad. “A pico limpio”, repite él para remarcar la hazaña familiar. Adela explica en voz baja que antes había otro pozo que se secó, que buscaron, buscaron, y dieron con este como a diez metros del anterior. Dice que ella no dio pico, pero que con el mulo haló una cantidad de tierra enorme. Me lee la inscripción en el brocal del pozo:
—Dice: “Fecha de inicio, 10/12/2011. Culminó el 15/03/12, en saludo al cumpleaños de mi hija Mayelín. En esta obra trabajaron Osmay Tejeda, Yordanis Tejeda, el mulo Clavel, el toro Coronel…”.
—¿Y usted, Adela…? –le pregunto.
—Ah, y nosotros…
Pero su nombre no está allí.