Nena tiene como 60 años –no está segura– y un patio de tierra sembrado con plátanos, frijol, boniatos; una parcelita a casi un kilómetro de El Socorro, un pueblo medio roto en Alto Songo. Nena sembró sola, cosechó sola y de ese trabajo comieron sus hijos, porque un día Nena sorprendió a su marido con otra, se dieron unos golpes, y el hombre se desentendió de Nena y de los cinco muchachos. “Desde entonces no tengo marido ni lo quiero”.

El rancho donde vive tiene electricidad y baño afuera. El agua hay que buscarla o esperarla del cielo. Nena va todos los días al pozo y a cortar leña que trae a la cabeza. Cocina con queroseno que le toca cada tres o cuatro meses por la cuota: 12 galones cada vez. Ya sus hijos tienen 40 años, ya se fueron, ya a Nena se le va la memoria con la vida. “Yo me levanto por la mañana y si tengo deseos voy al campo, si no, no voy. Me pongo a trajinar en la casa”: techo de tejas, muebles desvencijados, agujeros entre las tablas, un bombillo, penumbra, piso de tierra, tristeza.

Georgina Castillo, la madre de Nena, tiene un bohío frente al platanal y dizque 60 años, no se acuerda. Según Nena, debe tener 80. Una negra magnífica, encorvada pero imponente, la nobleza pura. Con siete hijos. Georgina hasta hace poco tenía su huerto pero ya no puede ni levantar un pico. Nena la atiende. En casas separadas viven juntas.

Hace dos días que Nena no baja al patio. La última vez desyerbó los cultivos. Ahora está atendiendo dos puercas que tiene preñadas en un corral. Le da alegría que uno de sus hijos viene a visitarla de vez en cuando. El resto del tiempo Nena y Georgina se lo pasan solas, tampoco tan seguras de qué día es, de qué hicieron ayer.