Sobre las 6 a.m. los campesinos salen camino al cafetal y Nieves oye esos pasos, murmullos, los sonidos del amanecer. Entonces se levanta y pone a hervir agua para bañarse y para el café.
Nieves Mojena llegó a Arroyo Llano en 1984, a visitar a su hermana. Se casó y se quedó. Trabajó un tiempo en la sala de televisión del pueblo, otro como custodio de la escuela, pasó cualquier cursito culinario y asumió sola, hace 12 años, el trajín de cocinar para la Cooperativa de Créditos y Servicios Romárico Cordero, que es cocinar para casi todo el pueblo. Cincuentona, pelirroja, nerviosa, mientras cuela el café Nieves calcula cuánta gente fue al cafetal y saca las cantidades exactas de ingredientes. Hoy, por ejemplo, preparó ocho libras de arroz (un caldero grande), tres libras de chícharos (dos ollas), plátano hervido y una pieza de pollo para cada uno, muslo o contramuslo. A veces hace chilindrón de chivo o carne de puerco o mortadela en salsa.
A las 11:30 a.m. los recolectores pesan el grano recogido y descansan. Es la hora de Nieves: hace entrada. Le gusta hacerla a tiempo porque, dice, “así se adelanta la producción. También recojo para que no haya un pico de maduración y se bote café”. Por cada lata recibe dinero extra. Su salario como cocinera es de 500 pesos al mes.
—Estamos pensando construir una casa en los cafetales y cocinar ahí. Más fácil, porque yo monto la olla y voy con la canasta, recojo un poco, voy, miro la olla… Así comen caliente.
Los días rápidos, Nieves vuelve del campo sobre las 3 p.m. Los días lentos, cuando oscurece. “Cuando llegue esta tarde hago congrí, y con el pollo que hice para la casa ya tengo la comida” (el almuerzo de los trabajadores corre a cuenta de la cooperativa; el de la casa, a cuenta de ella y su esposo). Por la noche prepara una merienda y ve televisión. Hasta que a las 10 p.m. apaguen la planta, el pueblo quede a oscuras, y Nieves duerma, y otra vez escuche a los campesinos camino al cafetal.